listindiario.com
Ubicados en cualquier esquina, en espera de la luz roja del semáforo para saltar sobre los vehículos como si fueran cardúmenes de peces, tratando de capturar sus alimentos para garantizar su subsistencia, están los vendedores informales en las principales avenidas de la capital.
Algunos son de nacionalidad haitiana. Hay algunas mujeres y la mayoría son jóvenes, todos con un propósito común, “buscársela” en el día a día de manera honesta y tratando de brindar algún servicio, sin importar que muchos conductores y choferes piensen que obstaculizan el tránsito.
Hay algunos que molestan, sobre todo aquellos que lanzan al cristal de los vehículos las esponjas empapadas de agua sucia. Los conductores se irritan y algunos prefieren pagarle con la condición de que dejen el vidrio tal y como lo encontraron.
El día a día
Unos cuantos segundos son suficientes para que ellos recorran las calles de un lado a otro, tocando vidrios, o haciendo señales a los vehículos, que viajan con sus vidrios cerrados, para ofertar sus más variados productos.
La intersección de las avenidas Máximo Gómez y 27 de Febrero es todo un mercado ambulante.
Tarjetas de llamadas, helados, frutas, lentes de sol, agua embotellada, sombrillas, accesorios de celulares, flores, golosinas y alcancías, son parte de los productos exhibidos ante un sol candescente, característico del trópico y que sirve de cobija para estas personas que se ganan la vida en medio del peligro de la avenida.
Una simple panorámica en la mayoría de las vías céntricas de la capital del país permite apreciar el poco espacio que queda sin la presencia, al menos, de un vendedor ambulante.
Casi no hay lugar donde no estén exponiendo sus mercancías, ya bien a la intemperie, o sobre algún improvisado “mostrador” de madera, sin ninguna regulación de las autoridades locales. Sin embargo, algunos tienen que pagar por poder vender “en determinado punto” a un supuesto “propietario” de esos espacios.
Eso hace que sus ganancias sean mínimas y si no lo hacen, pueden hasta perder la mercancía y todo el producto de la venta.
Paleteras
Cargados de mercancías estos vendedores ambulantes se mantienen en las calles del país con sus tiendas portátiles, hechas de manera rudimentaria. Años atrás era casi imposible ver en una calle principal o avenida una paletera.
En aquellos tiempos, estas eran colocadas en paradas de guaguas, pero hoy día hasta un elevado puede servir de techo a un negocio de este tipo, así como cualquier esquinita de una acera.
“Yo me planto donde sea porque el problema del paletero no es estar en un sitio fijo, sino moviéndose entre los carros cuando cambia la luz”, dice Manuel Silverio, un joven de 25 años que lleva colgado de su cuello un pequeño “gavetero” de pino, lleno de galletas, gomas de mascar, cigarrillos y otras golosinas.
“Este es un trabajo forzozo y la mayoría de los días el producto de nuestra venta no nos alcanza para sustentar nuestra familia como quisiéramos”, narra José Sánchez, otro joven paletero de 21 años, que confiesa estar casado y con hijo pequeño.
William Lora vende alcancías de bambú y solo puede llevar tres cada vez que sale a enfrentar los vehículos por el peso que tienen: “Yo las guardo sobre el césped de la Máximo Gómez, allí las cuidan otros mientras yo vendo estas”.
Soy dichoso cuando puedo vender cuatro en un día, generalmente vendo dos o tres, y cuando me canso mucho por el peso de ellas, me pongo a vender cachuchas.
Pero lo que la gente más compra son tarjetas de llamadas y chicles. Los que venden eso consiguen bastante dinero”, expresa.
LOS PRINCIPALES USUARIOS DEL METRO
Los haitianos. Este tipo de comercio informal está “controlado” por ciudadanos haitianos. Frente al flujo de extranjeros la incidencia de dominicanos es mínima.
Yoni, un vendedor informal de nacionalidad haitiana, de la avenida 27 de Febrero, manifestó que vende sombrillas en la referida vía desde hace diez meses y su suerte está muy vinculada a las condiciones del tiempo.
“Los días de lluvia son los mejores, estos días vendo hasta 20 sombrillas, pero los días que no llueve son lentos”, agregó.
Precisó que es la única fuente de ingresos que posee, ya que no ha conseguido ningún empleo.
Michel es un vendedor de agua embotellada, también de nacionalidad haitiana, quien con evidentes signos de agotamiento en su rostro, expresó en un español bastante chamusqueado: “El sol es insoportable, pero se debe trabajar para sobrevivir”.
Explicó que vende diariamente más de 100 botellas con agua, pero sostiene que los beneficios son pocos, porque el punto es de su primo y él debe pagar por estar allí. Nicole es una ciudadana haitiana que vende tarjetas de llamadas.
Con cachucha, sudada y mirada lisonjera, confiesa que a pesar del esfuerzo físico por tener que estar de pie o caminando por espacio de seis o siete horas diarias, el resultado de su venta es notorio. “Se venden muchas tarjetas, más de 200 en un día, de distintos precios, y siempre nos están buscando los choferes”, concluye.
No hay comentarios:
Publicar un comentario