CIUDAD JUÁREZ, México — La madre cayó al suelo y convulsionó tras descubrir ese zapato Nike rojo que no subió al automóvil porque a Omar Isac Torres, de 19 años, le dieron 12 disparos con un arma calibre nueve milímetros justo antes de cerrar la puerta.
“Es mi hijo, es su tenis”, dijo Lily Magallanes, previo al desplome frente a un minisúper donde desconocidos asesinaron a cuatro estudiantes de electrónica de entre 18 y 21 años que buscaban agua embotellada: el sol rajaba los 95 grados.
Eran las 3:00 p.m y ya se contaban 13 ejecuciones en la ciudad fronteriza de 1,5 millones de habitantes, la más violenta del orbe con plenas razones: el parte rojo del día saldó con 27 muertos, la peor jornada del año, un 28 de abril de 2010.
Sangre de ocho jóvenes afuera de un bar a las 4:35 de la madrugada; crisis a las 11:20 a.m. en una primaria donde balas matapolicías dejaron sin vida a tres padres que iban a entregar el “lunch”. Desconcierto a las 12:03 cuando un minusválido de 23 años se desangraba en su silla de ruedas a mitad de la calle tras recibir 14 plomazos. Terror a las 5:15 p.m. por un tiroteado en el oriente. Espanto a las 7:30 p.m. por un triple asesinato al occidente. Pánico a las 7:50 p.m. por el remate del día y…
Horas antes a las 2:50 p.m., el drama de Lily, una madre que mordió el polvo en un síncope que duró cinco minutos y después se sentó en flor de loto para mirar a su alrededor: tres mujeres más suplicaban a unos policías para que las dejaran pasar la cinta de seguridad que les impedía abrazar a sus niños asesinados.
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