Milvina es el rostro que cierra la gigantesca exposición sobre el Titanic que se inaugura hoy en Nueva York, un montaje de objetos y artefactos rescatados de las profundidades entre 1987 y 2000, y cuidadosamente puestos en escena, para recrear los últimos momentos del viaje.
Algunos en perfecto estado de conservación, como los cientos de platos de las diversas vajillas que se usaban en cada una de las clases, otros corroídos por el mar, los restos de un naufragio que todavía sigue fascinando, se explayan en el inmenso recinto de lo que solía ser la imprenta del New York Times (ahora a las afueras de la ciudad) en el distrito teatral de Times Square.
El tiempo a veces transmite lo más efímero y superficial y las vitrinas contienen cosas tan dispares como tickets de metro, naipes, gafas, zapatos, unas cuantas maletas, e incluso un par de trajes.
“Cada uno de estos objetos cuenta una historia, algunas que sabemos y otras que no sabremos nunca”, dice John Zaller, uno de los comisarios de la muestra itinerante organizada por el Discovery Channel, “nos permiten hacer un viaje emocional con los pasajeros del barco”.
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