México. — José Luis Millán encontró un
nuevo grupo de empleados estrella para un lujoso autolavado de Tijuana,
al que acuden clientes desde el otro lado de la frontera
con Estados Unidos y donde se pagan hasta 950 dólares para lavar sus
preciadas posesiones durante horas. Nunca llegan tarde, trabajan rápido y
van en su día libre para aprender cosas nuevas, cualidades que dice
deberían ser un ejemplo para sus compañeros mexicanos.
Sus empleados están entre los varios miles de haitianos que llegaron a la esquina noroeste de México con la esperanza de cruzar la frontera, pero Estados Unidos les cerró las puertas de forma abrupta el año pasado. El gobierno mexicano los acogió, con un programa de visados que facilita que cubran las vacantes en la floreciente economía de Tijuana.
En
un país con 1% de población negra, la comunidad haitiana destaca en la
ciudad. Comparten modestos alojamientos para enviar gran parte de sus
salarios a sus familias en Haití. Cobran menos de lo que ganarían en
Estados Unidos, pero lo suficiente para renunciar al riesgo de
deportación que les supondría vivir allí.
Dos nuevos restaurantes haitianos del centro de la ciudad sirven platos con mango y plátano machacado. Decenas de niños haitianos estudian en las escuelas públicas. Las fábricas que exportan a Estados Unidos contratan a haitianos, que pueden ser vistos también sirviendo mesas y rezando en congregaciones que ofrecen servicios en criollo.
“Este es el sueño mexicano
para muchos de ellos, es una sensación de pertenencia”, dijo Millán.
“México les ha dado una oportunidad. México se ha abierto y les deja
conseguir sus sueños”.
Millán vivió en la zona de Los Ángeles durante dos décadas
hasta año pasado, cuando tuvo que regresar por emplear a decenas de
personas sin permisos de trabajo en su empresa de planificación de
fiestas. Busca paralelismos entre la situación de los haitianos y la de los mexicanos en Estados Unidos. Su grupo es un ejemplo. Algunos clientes piden sus servicios.
Los haitianos, explica, “pelean duro, pelean fuerte y no paran”.
Los inmigrantes haitianos
tuvieron que dar varios rodeos para llegar desde empobrecida nación
caribeña a Tijuana, una ciudad de unos dos millones de habitantes que
limita con San Diego y que tiene importantes comunidades de migrantes
chinos y coreanos.
Brasil y sus vecinos refugiaron a los haitianos
tras el sismo que remeció el país en 2010. Con el final de las obras de
los Juegos Olímpicos de 2016 y la crisis política desatada en el país,
cruzaron 10 naciones en avión, barco, autocar o a pie hasta San Diego,
donde las autoridades estadounidenses les dejaron entrar por motivos
humanitarios.
El entonces presidente estadounidense, Barack Obama, alteró su política migratoria en septiembre y comenzó a deportar a los haitianos recién llegados. Muchos de ellos decidieron que México sería su hogar.
Tras pasar dificultades económicas como profesor en Haití,
Abelson Etienne se mudó a Brasil en 2014 para trabajar en una fábrica de
cable para iluminación. Llegó a Tijuana en diciembre tras un complicado
viaje con su esposa quien, a pesar del cambio de estrategia
estadounidense, pudo quedarse por motivos humanitarios, probablemente
porque estaba embarazada de siete meses.
Etienne, que tiene 27 años y estudió química en la
universidad en Haití, se ha acostumbrado a una rutina de seis días de
trabajo con tres turnos dobles, que le reportan 1.900 pesos (poco más de
100 dólares). La mayoría de su salario va para su mujer, que está en la
ciudad de Nueva York, y para su hijo, al que no conoce. Los domingos,
duerme hasta la tarde y va a la iglesia.
“Hay mucho trabajo en Tijuana”, dijo mientras una cacerola
con pescado estofado con mangos y tomate hierve a fuego lento en un
hornillo eléctrico del departamento de dos habituaciones que comparte
con otros tres paisanos. “En México me han tratado muy bien”.
El gobierno mexicano concede a los haitianos
visados por un año, que son renovables y les permiten trabajar pero no
llevar a sus familiares al país. Rodulfo Figueroa, máximo responsable de
inmigración en la región, señaló que México está poniendo en marcha lo
que le demanda a Estados Unidos y otros países.
“Creemos que hay un motivo humanitario para hacer que estas
personas encuentren una vida mejor en México”, dijo Figueroa, delegado
del Instituto Nacional de Migración de México en el estado de Baja
California, donde se ubica Tijuana.
La cifra de recién llegados, que actualmente ronda las 3.000
personas, es asumible en un país con 122 millones de habitantes. Los
centroamericanos, que ingresan a la nación azteca de forma ilegal en
mayor cantidad, suelen ser deportados, aunque las autoridades suelen
concederles asilo.
Rodin St. Surin, de 36 años, es uno de los cientos de haitianos
que encontró empleo en una de las fábricas de Tijuana orientadas a la
exportación. CCL Industries Inc., una firma de Toronto que fabrica
material de oficina Avery para minoristas como Staples, Wal-Mart o
Target, entre otros, necesitaba mano de obra tras trasladar su factoría
desde Meridian, Mississippi, el año pasado.
La multinacional contrató a St. Surin y a otros 15 haitianos
más en mayo, que se unieron a su plantilla de 1.700 personas durante la
temporada alta por la vuelta a la escuela. Inspeccionan y empacan
archivadores en la parte trasera de una enorme e impoluta planta, en la
que la maquinaria produce etiquetas, carpetas y marcadores sin descanso.
“Estoy muy cómodo con esta gente”, dijo Mario Aguirre, el
director de operaciones de la planta, que tiene 43 años de experiencia
en la industria. “Nos han dado muy buenos resultados. No faltan al
trabajo, siempre llegan en hora. Me gustaría ver la misma actitud en
todo el mundo”.
La fábrica les paga 1.500 pesos (unos 85 dólares) por seis
días de trabajo a la semana, con cobertura sanitaria, vacaciones pagadas
y transporte gratuito al trabajo. St. Surin, que salió de Brasil con la
esperanza de reencontrarse con un primo en Miami, envía lo que gana la
persona que cuida a sus tres hijos en Haití, a quienes espera poder
llevar a Tijuana.
“México podría convertirse en mi casa”, dijo en el exterior
de un abarrotado edificio lleno de pintadas en el que una monja permite
que 50 haitianos vivan gratis. Toman el agua para bañarse de casa de un vecino y cocinan en una fogata bajo un gran toldo.
La iglesia Embajadores de Jesús, que está en una accidentada
carretera de tierra flanqueada por plantas de agave y neumáticos
usados, dio cobijo a hasta 500 haitianos
el año pasado en colchones esparcidos por el suelo, convirtiéndose
quizás en el mayor grupo que ayuda a la comunidad. Su pastor, Jeccene
Thimote, quiere erigir un “Pequeño Haití” de 100 casas cerca, en la
parte baja de un cañón donde el sonido de los pavos reales y los gallos y
el olor de los cerdos impregnan el aire. Construyó tres viviendas antes
de que la ciudad suspendiera la construcción por falta de controles de
inundaciones.
Thimote, de 32 años, sobrevive con solo dos horas de sueño al día. Se levanta a las 5 de la madrugada para rezar, trabaja como capataz de un grupo de 10 haitianos
que construyen una casa en uno de los vecindarios más adinerados de
Tijuana, y hace el turno de noche en RSI Home Products Inc., una empresa
de California que fabrica armarios para The Home Depot y Lowe’s.
Thimote, uno de los 160 haitianos
que seguían viviendo gratis en la iglesia este verano, manda sus
ingresos a Haití para saldar las deudas familiares y atender a su hija
de 3 años. Cuando salió de Ecuador el año pasado, su objetivo era ir con
su primo, que vive en Nueva York, pero considera que México es mejor
que Haití.
“Hay más pobreza allí que aquí”, explicó.
La iglesia se ha adaptado. Cada miércoles por la noche, los haitianos
se reúnen para un conmovedor sermón en criollo. Los mexicanos atienden a
un servicio los domingos en español. Y hay planes para celebrar un
enlace entre personas de ambas nacionalidades...Fuente:Hoy.com.do/AP
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