miércoles, 5 de noviembre de 2008

Dolor en San Francisco

Por Oscar Quezada / El Caribe
San Francisco de Macorís. Tres velones, un mantel blanco sobre una mesa de tablas y una imagen del Sagrado Corazón de Jesús están dispuestos para velar a decenas de cuerpos ausentes. Amenazas, llantos y enfado.

Madres y padres enlutados, niños huérfanos; esposas destrozadas por el dolor, buscan sin respuestas el porqué de esta desgracia.

El drama es el mismo en cada rincón del marginado barrio San Martín. La tristeza y la impotencia envuelven con manto negro a San Francisco de Macorís. 29 personas (hombres y mujeres) perecieron en el mar de incontables e interminables tragedias.
El laborioso pueblo del Nordeste interrumpió sus quehaceres para llorar profundo a sus hijos. En el barrio San Martín hay altares en cada esquina.

El barrio perdió a seis vecinos que salieron a Puerto Rico y sucumbieron en el intento.

A los muertos, sus deudos les celebrarán nueve días de rezos seguidos y una Hora Santa final. Los altares están adornados con fotos de los difuntos viajeros, flores y luces de esperanzas muertas.
Los más pequeñines actúan ajenos a la situación; apuestan a que sus papis en cualquier momento saldrán de los montes y aparecerán de nuevo en casa; es temprano aun, pero ya extrañan su bendición y acostumbrados jugueteos.

Ellos piensan que están temporalmente escondidos.
Los 29, hombres y mujeres, murieron de inanición.

Por esta desgracia sin igual, no hay presos ni detenidos para investigación.

Fue un 19 de octubre que 33 dominicanos salieron hacia la vecina isla de Puerto Rico, en una embarcación ajustada con clavos y sobrecargada de ilusiones.

En el barrio San Martín, el rumor sobre culpables se expande como fuego en yerba seca. Pocos se atreven a hablar ante el micrófono de un grabador y el inquieto lente de una cámara.
Pero el valor se impone y Amada Rodríguez, quien perdió a su esposo Ramón Marte, es la primera que se aventura a darle rienda suelta a sus rabias contenidas. “Él me llamó para amenazarme y decirme que había sido yo quien lo había delatado.

Él me estaba reclamando que yo fui y lo sometí a la Justicia. Lo que pasa es que yo me encontré raro que a los cinco días mi esposo no llamara ni se supiera nada”, explica.

Cuenta que a su esposo quien lo metió en viaje fue un compadre suyo, que también pereció de hambre y sed. Marte trabajaba como mensajero de un banco. Para ir al encuentro con la muerte, pagó 5 mil pesos por adelantado.

El costo del viaje eran 40 mil pesos, comentan los familiares.

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