Ahora estamos acostumbrados al Sistema Métrico Decimal, con base en el número 10, pero hasta 1871, cuando se adoptó en España, era habitual usar fanegas que contenían doce celemines, o libras de doce onzas. En Inglaterra —más conservadora— se usaron los chelines de doce peniques hasta 1970.
La docena fue durante mucho tiempo uno de los sistemas de medida: un año tiene doce meses, el día doce horas y la noche otras doce. Incluso fueron doce los Titanes engendrados por Urano y Gea y también fueron doce los Apóstoles.
La venta por peso queda descartada por la fragilidad de los huevos, así que hay que recurrir a la venta por unidades. Y ocurre que la docena era una medida de fácil fracción, lo que permitía comprar media docena, un tercio de docena, una cuarta de docena y hasta una sexta; lo que nos proporcionaría seis, cuatro, tres y dos huevos. Podríamos seleccionar media decena de huevos, pero ¿cómo haríamos para seleccionar un tercio, una cuarta o una sexta? ¿Rompiendo los huevos?
Tal como hacemos con los huevos, hubo un tiempo en que muchos artículos se adquirían por docenas y que se adocenaban en los almacenes, esto es, que se ordenaban o dividían por docenas. El verbo cambió su significado para pasar a significar también que se vuelve a alguien mediocre o vulgar (es de suponer que al incluirlo en una entre muchas docenas) y el término adocenado sirve para calificar a alguien de vulgar y de muy escaso mérito.
También existen algunas frases hechas con la docena: No entrar en docena, que significa que no se es igual o parecido a otros, o la docena del fraile —también la docenica del fraile— que constaba de trece unidades, y que alude al que busca un mayor beneficio para sí que para los demás o al que toma más de lo que dice querer. Esta última frase hace referencia a un cuento muy antiguo que fue muy popular y que se apoya en la fama de pedigüeños, pícaros y astutos que de siempre han tenido los frailes. Dice así:
Fue un fraile a comprar huevos y le dijo a la moza:”Quiero una docena de huevos, pero como han de ser para distintas personas, me los despache por separado: para el abad quiero media docena (6); para el padre tornero un tercio de docena (4); y para mí, que soy pobre, un cuarto de docena (3).” De modo que el fraile pagó la docena y se llevó trece huevos. La moza hizo sus cuentas y vio que el fraile la había engañado. Al cabo de una semana volvió el padre a la huevería con el mismo cuento. Pero la guapa moza le espetó: “Señor don fraile, le pongo junta la docena de huevos… y ya se hará vuesa merced las cuentas por el camino.”
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