Ángela nació en la Maternidad de Los Mina, un sábado
22 de enero de 1990. Fue una niña humilde más, pero el destino la hizo
diferente. Para ganarse la vida ha tenido que hacer trabajos que, hasta
ahora, eran reservados solo para hombres.
Desde pequeña, tuvo que enfrentar la vida cual si fuera jefe de hogar que debe salir cada mañana a buscar el sustento de su familia. Los múltiples oficios desempeñados, hasta ahora, así lo atestiguan: botar basura en una carreta; limpiar zapatos; pelar víveres en una fritura y amasar harina en una panadería, han sido algunos de los trabajos que ha desempeñado. A sus 25 años, Ángela Raquel Lantigua Sánchez todavía no sabe lo que es ser niña.
Hace cinco años Ángela descubrió que el trabajo de motoconcho le podía aportar más recursos que todas las tareas a las que se había dedicado anteriormente. Por eso, sin pensarlo mucho, se aventuró al nuevo oficio. Hasta ahora, se siente satisfecha.
Su faena se inicia a las seis de la mañana, jornada que se extiende hasta las ocho de la noche. “Tengo que comenzar a trabajar a las seis de la mañana, porque he asumido muchos compromisos con clientes. Cuando comienzan las clases, tengo muchos compromisos”, dice al hablar de su clientela.
Aunque Ángela también trabaja panadería, en algún tiempo libre, dice que con el motoconcho es que ella solventa todos sus gastos y mantiene a su hermanito menor de 11 años.
Sobre su hermanito dice que lo ayuda porque no quiere que él viva como ella, para que tenga su niñez. “Yo no podía jugar, ni montar bicicleta, porque desde niña estaba trabajando. Él limpiaba zapatos y yo le dije que lo dejara, porque yo no quiero que él un día me diga que no tuvo niñez como yo. Yo no fui muchacho, que jugaba los días de reyes, yo no tuve esa oportunidad, pero le doy las gracias a Dios que por lo menos me tiene viva”, señala.
Indica que a pesar del riesgo que implica ese tipo de oficio, sobre todo cuando se trata de una mujer, tiene mucha precaución al momento de abordar a un pasajero, por eso nunca ha sido objeto de un atraco, aunque en días pasado por poco se convierte en una víctima más de la delincuencia, cuando abordó a una pasajera que llevaba un celular caro en la mano y los delincuentes se lo vieron y le cogieron atrás apuntándole con una pistola. Dijo que pudo salvarse del asalto porque llegó a un colmado y se entró con todo y motor, haciendo que el plan de los asaltantes se esfumara.
Su primer empleo fue pelar víveres en una fritura, el cual tuvo que hacer desde niña, porque su abuela, que fue quien la crió desde los tres meses, no tenía recursos suficientes para mantenerla. Recuerda que cuando salieron las OMSA su abuela la pasaba por debajo, para ahorrarse el pasaje, algo que ocurría con mucha frecuencia. Por eso decidió trabajar para ayudarla. Su madre falleció cuando ella tenía 15 años y su abuela hace siete años.
De su trabajo se siente más que orgullosa, por eso no se amilana cuando alguien la mira por lo que hace, principalmente cuando se gana lo que muchos sentados en una oficina no se echan al bolsillo, como ella misma asegura. “Lo peor es tu estar en los trabajos porque necesita, no porque te gusta, pero a mí me gusta lo que hago”, sostiene.
Reconoce que en un trabajo fijo ella tiene entrada segura, pero que muchas veces amanece sin un centavo. “Con el concho yo me la busco más, me va bien, tengo muchos clientes”, argumenta.
Pero lo de Ángela no solo es trabajo duro, también juega softbol, deporte que desde hace poco desempeñaba con un equipo integrado solo por mujeres, y estaba haciendo un curso de electricidad, donde aprendió a arreglar bombas de agua, inversor y otros aparatos eléctricos. Dijo que no lo terminó porque tenía que entrar a las seis de la tarde, hora en que los pasajeros salían de trabajar, y eso estaba mermando considerablemente sus ingresos.
El próximo paso de Ángela Raquel es reanudar los estudios, que dejó en segundo de bachillerato, para ver si puede cumplir el sueño de toda su vida, ser policía. Sí, aunque Ángela se siente satisfecha en su trabajo como motonconcho dice que aún le falta cumplir esa meta, servir a su Patria, para andar en la calle en los motores, pero antes, advierte que si la logra no dejará su trabajo, lo que alternará en su tiempo libre.
Reconoce que esa institución está un poco desacreditada, pero asegura que no todos los policías son malos, que hay muchos serios que hacen su trabajo, “y uno tiene que hacer la diferencia”.
Ella no pierde la esperanza de encontrar a alguien que la ayude a cumplir su sueño, tras indicar que aunque ya está casi por cumplir la edad tope para eso, para Dios nada es imposible.
Desde pequeña, tuvo que enfrentar la vida cual si fuera jefe de hogar que debe salir cada mañana a buscar el sustento de su familia. Los múltiples oficios desempeñados, hasta ahora, así lo atestiguan: botar basura en una carreta; limpiar zapatos; pelar víveres en una fritura y amasar harina en una panadería, han sido algunos de los trabajos que ha desempeñado. A sus 25 años, Ángela Raquel Lantigua Sánchez todavía no sabe lo que es ser niña.
Hace cinco años Ángela descubrió que el trabajo de motoconcho le podía aportar más recursos que todas las tareas a las que se había dedicado anteriormente. Por eso, sin pensarlo mucho, se aventuró al nuevo oficio. Hasta ahora, se siente satisfecha.
Su faena se inicia a las seis de la mañana, jornada que se extiende hasta las ocho de la noche. “Tengo que comenzar a trabajar a las seis de la mañana, porque he asumido muchos compromisos con clientes. Cuando comienzan las clases, tengo muchos compromisos”, dice al hablar de su clientela.
Aunque Ángela también trabaja panadería, en algún tiempo libre, dice que con el motoconcho es que ella solventa todos sus gastos y mantiene a su hermanito menor de 11 años.
Sobre su hermanito dice que lo ayuda porque no quiere que él viva como ella, para que tenga su niñez. “Yo no podía jugar, ni montar bicicleta, porque desde niña estaba trabajando. Él limpiaba zapatos y yo le dije que lo dejara, porque yo no quiero que él un día me diga que no tuvo niñez como yo. Yo no fui muchacho, que jugaba los días de reyes, yo no tuve esa oportunidad, pero le doy las gracias a Dios que por lo menos me tiene viva”, señala.
Indica que a pesar del riesgo que implica ese tipo de oficio, sobre todo cuando se trata de una mujer, tiene mucha precaución al momento de abordar a un pasajero, por eso nunca ha sido objeto de un atraco, aunque en días pasado por poco se convierte en una víctima más de la delincuencia, cuando abordó a una pasajera que llevaba un celular caro en la mano y los delincuentes se lo vieron y le cogieron atrás apuntándole con una pistola. Dijo que pudo salvarse del asalto porque llegó a un colmado y se entró con todo y motor, haciendo que el plan de los asaltantes se esfumara.
Su primer empleo fue pelar víveres en una fritura, el cual tuvo que hacer desde niña, porque su abuela, que fue quien la crió desde los tres meses, no tenía recursos suficientes para mantenerla. Recuerda que cuando salieron las OMSA su abuela la pasaba por debajo, para ahorrarse el pasaje, algo que ocurría con mucha frecuencia. Por eso decidió trabajar para ayudarla. Su madre falleció cuando ella tenía 15 años y su abuela hace siete años.
De su trabajo se siente más que orgullosa, por eso no se amilana cuando alguien la mira por lo que hace, principalmente cuando se gana lo que muchos sentados en una oficina no se echan al bolsillo, como ella misma asegura. “Lo peor es tu estar en los trabajos porque necesita, no porque te gusta, pero a mí me gusta lo que hago”, sostiene.
Reconoce que en un trabajo fijo ella tiene entrada segura, pero que muchas veces amanece sin un centavo. “Con el concho yo me la busco más, me va bien, tengo muchos clientes”, argumenta.
Pero lo de Ángela no solo es trabajo duro, también juega softbol, deporte que desde hace poco desempeñaba con un equipo integrado solo por mujeres, y estaba haciendo un curso de electricidad, donde aprendió a arreglar bombas de agua, inversor y otros aparatos eléctricos. Dijo que no lo terminó porque tenía que entrar a las seis de la tarde, hora en que los pasajeros salían de trabajar, y eso estaba mermando considerablemente sus ingresos.
El próximo paso de Ángela Raquel es reanudar los estudios, que dejó en segundo de bachillerato, para ver si puede cumplir el sueño de toda su vida, ser policía. Sí, aunque Ángela se siente satisfecha en su trabajo como motonconcho dice que aún le falta cumplir esa meta, servir a su Patria, para andar en la calle en los motores, pero antes, advierte que si la logra no dejará su trabajo, lo que alternará en su tiempo libre.
Reconoce que esa institución está un poco desacreditada, pero asegura que no todos los policías son malos, que hay muchos serios que hacen su trabajo, “y uno tiene que hacer la diferencia”.
Ella no pierde la esperanza de encontrar a alguien que la ayude a cumplir su sueño, tras indicar que aunque ya está casi por cumplir la edad tope para eso, para Dios nada es imposible.
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