Nuestro cerebro recibe continuamente —por parte de nuestros sentidos— miles de estímulos visuales, táctiles, olfativos…
No es posible gestionarlos todos a la vez. Pero, es más, no es
necesario. El cerebro actúa de forma selectiva y da prioridad a aquellos
que considera más importantes y desestima aquellos que considera menos
importantes, actuando así de una manera más eficiente y menos costosa en
términos de recursos cognitivos y de energía consumida.
En el caso de que un estímulo recibido sea decisivo para nuestra
supervivencia se le dará una máxima importancia y en caso contrario no.
Así, capta mucho antes nuestra atención el olor a quemado que un perfume
agradable, o un objeto que se dirige rápidamente hacia nosotros que
otro inmóvil.
De esta manera, en situaciones exentas de peligro nuestro cerebro
otorga una relativa importancia a los estímulos recogidos de nuestro
entorno, de tal manera que algunos de ellos, a los que considera
inocuos, pueden pasarnos desapercibidos.
Así, por ejemplo, podemos realizar el mismo trayecto por la vía
pública un día tras otro sin apercibirnos de los pequeños cambios que
ocurren a diario, para un día, de repente, darnos cuenta que hay una
nueva farola, que ya no está el buzón de corres que había en la esquina,
que ha cerrado un establecimiento o que han quitado una señal de
tráfico. ¿Desde cuándo está eso así? A saber. Igual hace muchos días que
se realizó el cambio y no lo detectamos en su momento porque nuestro
cerebro no le había otorgado la importancia necesaria.
Ahora bien, si el cambio consiste en un hundimiento en el pavimento,
el cerebro le otorgará la necesaria relevancia para que nos demos cuenta
de su aparición desde el primer momento, dada la importancia que supone
para nuestra integridad.
Esta capacidad de focalizar nuestra atención en un estímulo visual
determinado es la causante de que pasen desapercibidos otros cambios en
nuestro campo de visión. Es el fenómeno que se conoce como ceguera al cambio
y que los psicólogos definen como la incapacidad de los seres humanos
para detectar variaciones visuales en el entorno, sobre todo si otro
estímulo mantiene nuestra atención fija.
Los ilusionistas lo conocen muy bien y provocan que fijemos nuestra
atención en un una mano, por ejemplo, para que no nos demos cuenta de lo
que hace con la otra o nos hacen contar cartas mientras nos pasa
desapercibido el color de los dorsos.
Y esta ceguera se manifiesta tanto en cambios graduales como abruptos...........Fuente:sabercurioso.es
domingo, 20 de enero de 2019
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