La luz visible, la luz blanca, está compuesta realmente por siete colores que van desde el rojo al violeta. Cuando un rayo de luz topa con un objeto, determinadas longitudes de onda son absorbidas mientras otras son reflejadas. El color asociado a aquellas que rebotan es el que nuestros ojos perciben y por ello decimos que el objeto en cuestión es de determinado color.
Ahora bien, cuando la luz penetra en el agua, una parte es reflejada y otra prosigue su camino a través de ella. Esta luz experimenta una progresiva pérdida de energía, lo que se traduce en la pérdida de ciertas frecuencias, empezando por las más bajas del rojo y el naranja.
Esta es la razón por la que los colores se muestran más atenuados cuanta mayor es la profundidad a la que nos encontramos y por qué las imágenes submarinas a gran profundidad muestran un color azul.
En el siguiente gráfico se puede ver que colores son visibles según la profundidad. Así, a la suficiente profundidad, un hipotético corte sangraría sangre que se veía de color verde, o incluso azul. (mira por dónde todos somos de sangre azul en el fondo del mar).
Los verdaderos colores se pueden recuperar al iluminarlos con una fuente de luz artificial. Y se pueden potenciar utilizando filtros fotográficos siempre que haya luz suficiente.
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