martes, 26 de julio de 2011

El drama de una cárcel EL RECINTO ES UN INFIERNO EN EL “PARAÍSO DE QUISQUEYA” .


Arlene Reyes Sánchez
listindiario.com
Santo Domingo

Juan Méndez (nombre ficticio) es un joven cristiano. Un chico de apenas unos 24 años.

Su vida no ha sido fácil, pues viene de una familia de escasos recursos económicos, lo que resume que ha tenido que trabajar a destiempo para conseguir el sustento diario. Lo admirable de él es su solidaridad y su humildad, en sus momentos libres, en vez de ir a jugar béisbol o hacer cualquier otra actividad, camina hacia un lugar oscuro para llevar un mensaje de paz y hermandad.

Ese espacio es la Penitenciaria Nacional de La Victoria, la cárcel más grande del país, que aloja en la actualidad a más de 5,000 personas, pese a que cuando fue construida en 1952, se diseñó para una población carcelaria de 850 reclusos.

La comida es tan mala que ni los animales la comen. No sé con qué la hacen, hasta tiene mal aspecto
Leo Medrano, recluso con tres años en La Victoria

Su entrada dibuja un hacinamiento espantoso. Es conmovedor el estado de desastre, abandono, insalubridad, promiscuidad y desorden en que se encuentra. Más que una celda se define como un calabozo, no apto para la vida humana.

Ranas
No se puede caminar, no hay espacio, hay gente por todos lados, la fetidez contamina el aire y mancha hasta el cemento gris de las paredes.

En ese ambiente sobresale la imagen de los presidiarios “ranas”, llamados así aquellos que duermen en el frío del suelo, pues no han podido “pagarle” a las mafias que controlan los centros penitenciarios tradicionales para poder entrar un colchón a la “zona de descanso”.

Se dice que cuando el recluso tiene algunos meses o años en la cárcel, puede “ahorrar” dinero y comprar o alquilar un lugar más confortable (4” x 8”) con colchón y “privacidad”. Estos “privilegios” no tienen un precio fijo. “Pagué unos 1,000 dólares para obtenerlo”, manifestó Leo Medrano, recluido desde hace tres años.

La alimentación y la salud son también grandes problemas. “La comida (el chao, como se le denomina) es tan mala que ni los animales la comen. No sé con qué la hacen, hasta tiene mal aspecto”, afirma Medrano.

Ante esa realidad, los presos tratan de cocinar su propia comida, debido a la poca calidad de los ingredientes con que se preparan los alimentos. Sólo hay un médico y una enfermera para todos ellos.

Los presos no escapan de las drogas, la promiscuidad sexual, los crímenes, las enfermedades infectocontagiosas, especialmente el Sida y la tuberculosis pulmonar.

Sobreviven con la ayuda de las campañas voluntarias de los médicos que vienen a ayudarlos.

“Actualmente existe una grave situación, el cólera está acabando en La Victoria, y eso no se dice. Han muerto muchas personas, no sólo seis o siete como se comunica.

Tanto así que las autoridades sanitarias no dan a basto, a pesar del seguimiento que se está ofreciendo. Es un corre y corre de un lado a otro cuando alguien empeora o fallece. Tengo impotencia”, confiesa Marcos, quien supervisa los pasillos de la cárcel.

Sobrepoblación
Mirando al fondo se visualiza una cancha de baloncesto, que más que un territorio para juego sirve como franja para secar la ropa mojada y las colchonetas, y es el área donde hacen las filas para recibir “el chao” del día. En República Dominicana hay más de 16,000 presos. El 79 por ciento (aproximadamente 13 mil), son preventivos.

El exceso de reclusos agrava la situación porque las personas que reciben órdenes de libertad en su favor siguen teniendo problemas para lograr salir de las cárceles.

Algunas de estas personas no pueden pagar las multas que les han sido impuestas, además de sus sentencias de prisión y son, por lo tanto, obligadas a servir tiempo adicional en la cárcel antes de salir. A pesar de que las autoridades dominicanas han intentado corregir las deficiencias estructurales del centro penitenciario con remodelaciones y reparaciones que incluyen la habilitación de más de 1,000 plazas adicionales, la reconstrucción del área “Alaska” y la finalización de un edificio de dos plantas conocido con el nombre de “Galpones”, así como la subdivisión, en ocho áreas, del patio adyacente al sector “Vietnam”, entre otras obras, aún no se logra romper con el círculo de perversión ni con la incomodidad del sistema sanitario, aspectos que corrompen en vez de regenerar.

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TESTIMONIOS DE UNA CRUDA REALIDAD

“Allí viví momentos de mucha soledad, días tristes, sin color, lejos de mis seres queridos y aunque acompañado permanentemente, me sentí muy solo. Vives momentos en los que eres tratado como un objeto y no puedes hacer nada para remediarlo. Tienes que quedarte callado cuando tienes deseos de gritar, exigir que sean respetados tus derechos. En todo esto están las manos de las autoridades, las cuales solo les importa la parte económica que genera el sistema producto de las múltiples situaciones que se dan cotidianamente. Lo que yo diga le va a hacer mucho daño a las autoridades de ahí dentro, no me interesa afectar. Pero haré énfasis en la ‘parte económica’ por todo el macuteo que tienen los oficiales de la Policía en la cárcel, desde la droga que entra hasta las visitas conyugales y familiares que son cobradas como una especie de peaje semanal, con la simple excusa de: ‘si te visitaron es porque te trajeron dinero, dame lo mio’”, así se expresa el ex recluso “Victoriano”, quien gracias a las oraciones ha logrado cambiar su vida e incertarse en el mundo laboral.

Antes, los condenados confeccionaban peligrosas armas blancas, entre ellas cuchillos y punzones que fabricaban con barrotes de cama, pero en la actualidad “pagan” o se las “ingenian” para en algunos casos adquirir armas de fuego. Adoptándolas, forman pandillas y se dedican a cometer delitos y crímenes, a hacer negocios ilícitos, y a disputarse el control del establecimiento carcelario donde se encuentren.

Por asuntos del destino, Méndez y sus amigos creyentes llegan para ser predicadores vehementes ante una audiencia llena de seres que viven en el anonimato social, que poco conocen de la moral y de los buenos sentimientos.

“Parece imposible pero hay cosas buenas en la cárcel de las pesadillas. Hemos logrado que crean en Dios, que tengan fe. Algunos de ellos ya pertenecen a las comunidades cristianas. Les hemos leído y compartido la palabra de Dios, tratamos de llevarles esperanza. Con ellos comparto la fe en Dios. Son una gran escuela para mí. Son una especie de comunidad”, dice Juan, desnudando una amplia sonrisa.

Asimismo, La Victoria, a pesar de sus miserias también guarda una escuela vocacional asociada a Infotep, donde se enseña a coser, pero a esta sección no todos tienen el beneficio de acceder, debido a que está retirada del edificio principal: Manuel (el sastre) se dispone a enseñarles a los que allí acuden.

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