Tras su ingesta se nota hinchazón abdominal y un aumento considerable de meteorismo intestinal. Pero…
¿por qué pasa esto? ¿por qué tienen esta especie de efecto secundario?
Pues porque estas leguminosas contienen abundantes hidratos de carbono que no somos capaces de transformar en azúcares asimilables, al carecer nuestro organismo de alfa-galactosidasa, la enzima que las hidroliza y las convierte en azúcares simples.
Estos hidratos son galacto-oligosacáridos no digeribles, como la verbascosa, la rafinosa y la estaquiosa, que son resistentes al ácido gástrico y a las enzimas digestivas y, por ello, la responsabilidad de digerirlos recae sobre las bacterias de la flora intestinal.
Estas bacterias los hacen fermentar anaeróbicamente y como consecuencia de esta fermentación se producen gases, entre los que destaca el maloliente sulfuro de hidrógeno.
¿Y se puede hacer algo para evitarlo?
Pues no, evitarlo no (aparte de no ingerirlas, claro). Pero se pueden paliar los efectos. Podemos:
- optar por una cocción larga y lenta que descomponga los hidratos de carbono
- ponerlas en remojo el día anterior a su consumo para que la pared de la legumbres se reblandezca y parte de los hidratos de carbono se hidrolicen por sí solos
- añadir comino al guiso, ya que estimula la producción de enzimas pancreáticas que digieren las fibras
- aumentar la frecuencia de consumo, ya que el organismo se habitúa
- romper el hervor mientras se están cociendo, retirando la cazuela del fuego durante unos minutos o bien añadiendo agua fría, para provocar un doble hervor que rompa los hidratos
- triturarlas para cocinar cremas, sopas o purés
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