¿Por qué? ¿Por qué no se plantan pinos o naranjos o cualquier otro tipo de árbol?
Pues, como se podría imaginar hay una razón, o varias relacionadas.
El ciprés es un árbol alto, frondoso y longevo, de hoja perenne, de un color verde oscuro y que no necesita cuidado especial alguno. Soporta bien los cambios bruscos de temperatura y mantiene la misma forma estilizada y solemne.
Debido a su gran altura y al hecho de que se plantan en hileras y junto a los muros el cementerio, resguardan del viento al recinto manteniendo todo en calma.
Además su raíces crecen en sentido vertical, adentrándose en el subsuelo, y no de manera horizontal. Así no existe la posibilidad de que éstas destrocen el pavimento, las lápidas o los ornamentos fúnebres.
La costumbre de plantar cipreses en los cementerios viene de antiguo. Tanto griegos como romanos lo hacían y desarrollaron toda una simbología alrededor del ciprés y la muerte.
Su hoja perenne le da un aire inmutable y eterno y su forma estilizada hacia el cielo, como una lanza, parece indicar el camino a las almas de los difuntos. Además sus raíces se adentran profundamente en el subsuelo, por lo que se relacionó al ciprés con el culto al inframundo.
Este aspecto espiritual del ciprés que ha perdurado a lo largo de los siglos, queda patente en la mitología clásica, que recoge el relato de Cipariso, un joven muchacho hijo de Télefo, descendiente de Heracles, que fue uno de los amantes del dios Apolo.
Según el mito, Apolo regaló a Cipariso una jabalina para cazar, pero por error el muchacho mató a su ciervo domesticado, un hermoso animal con astas de oro y guirnaldas de piedras preciosas. Tanto fue su duelo y dolor que pidió al dios Apolo que le permitiera llorarlo para siempre. El dios aceptó su súplica y lo convirtió en ciprés, árbol al que se relacionaría con el duelo y el dolor por los seres queridos.
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