Aquellas zapatillas de color plata y ese flamante
vestido rosado que hacían ver despampanante a Aurora Wiwonska
Marmolejos todavía permanecen en la mente de su madre María Reyes, desde
aquel viernes 7 de diciembre de 2001 en que la vio por última vez.
Su hija Aurora, de 22 años, estaba llena de ilusión y optimismo, a
tal punto que un día antes de su desaparición había pedido permiso para
faltar a la empresa Baster S.A, donde laboraba, a fin de ir al salón de
belleza y estar lista para la ocasión, lo que pudiera descartar
cualquier idea de que ella estuviera pensando en atentar contra su vida.
María recuerda que su hija y su esposo, en ese entonces Pedro
Polanco, quien estaba vestido con saco y corbata, habían llamado ese
viernes en la noche a una línea de taxi para que los llevara a la
celebración de la cena navideña del trabajo de Aurora, en el restaurante
Spigolo, ubicabo entre las avenidas Tiradentes y Bolívar.
Como de costumbre ella bendijo a su hija cuando esta se disponía a
cerrar la puerta delantera de la vivienda para partir hacia la fiesta.
Aquella escena en que veía a Aurora salir con su esposo, según María, le
daría escalofríos. Y en efecto, su condición de madre no le falló cómo
la vida le ha confirmado en estos últimos 17 años que no ha podido tener
ningún rastro de ella.
La pareja llegó al lugar de la celebración alrededor de las 10:15 de
la noche, pero no pasaron muchos minutos para que se iniciara uno de los
mayores misterios sin resolver.
Un abrazo “efusivo” a Aurora, delante de Pedro, por parte de uno de
sus compañeros de labores durante la fiesta desató una discusión marital
dentro del local que llamó la atención de todos los presentes, según se
documentó en uno de los expedientes del Ministerio Público en aquel
momento.
Es a continuación que Aurora decide irse discretamente al parqueo
junto con su esposo para no discutir dentro del restaurante y enfrente
de los empleados de la empresa. Un guardián de seguridad a las afueras
de Spigolo fue la última persona que los vio juntos aquella noche, y
quien no prestó asunto a la acalorada discusión debido a que tenía que
estar pendiente de los carros que ingresaban al lugar.
A partir de ese instante solo ha habido cabida para el argumento de
Pedro Polanco, quien fue el último que la vio con vida, y a quien por
última vez vieron con ella hablando.
Posteriormente, la explicación que él daría a los familiares de
Aurora sería de lo más desconcertante y perturbador, al punto de ser
comparable solo con un relato de terror o una novela de ciencia ficción
de Stephen King.
De acuerdo a Pedro, pasada las 11:00 de la noche, ella se quitó las
zapatillas de color plata y se echó a correr descalza por la inclinada
avenida Tiradentes que conduce hacia la puerta del Alma Mater de la
Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD), y supuestamente él le
perdió el rastro mientras Aurora se alejaba y camuflaba por la lúgubre
oscuridad de la noche que aparentemente no la ha querido devolver a sus
familiares.
Misterio
Él nunca corrió tras ella, y tanto la familia de Aurora como los
registros noticiosos de la época, describieron que los motivos que Pedro
señaló fue que “era muy peligroso” seguirla, y que además un taxi había
llegado al local para recogerlo.
María, quien ya tenía un mal presentimiento, confirmó su corazonada
de que algo malo estaba a punto de pasar con su hija cuando se enteró de
que Pedro había llamado a una hermana de Aurora para decirle que ellos
habían discutido, así como preguntando que sí finalmente ella había
llegado a la casa, ubicada en la Calle Penetración del sector Villa
Faro, en Santo Domingo Este.
Pero Aurora, quien tenía una hija de 18 meses al momento de su
desaparición, nunca llegó a su vivienda ni a ninguna parte. Hoy su niña
ha crecido y tiene 18 años, y aún la espera sin respuesta, esperando que
concluya su eterno maratón.
Como escribiría en aquel instante el periodista Koldo Campos
Sagaseta, quien dio cobertura durante los primeros años a la misteriosa
desaparición de Aurora: “Y corriendo ha cruzado, desde entonces, su
menuda figura frente a todas las comisarías de policía de la ciudad que
no la vieron nunca, que nunca la han sabido; corriendo ha ido dejando
atrás pesquisas inconclusas y reportes a doble espacio; siempre
corriendo, Aurora atravesó un original y tres copias, dio la vuelta a un
formulario verde, recorrió sin detenerse cuatro informes anexos, dos
sellos gomígrafos y algunas presunciones, incansable al desaliento, sin
que la detuvieran los indicios, ni las legítimas sospechas. Corriendo le
ha pasado por el lado a tres pruebas periciales, ha dejado atrás los
esperticios, ha cruzado indagatorias y testigos que sirvieron, al menos,
para saber que aún corre, que Aurora Wiwonska tiene 17 años corriendo”.
SIN ACUSADOS
La familia de Aurora siempre ha señalado a Pedro de ser el principal sospechoso de su desaparición.
“Él nos dijo en un principio que había llamado a un taxi cuando mi
hija comenzó a correr como loca, pero luego nos enteramos que ese
supuesto taxista era un amigo de él que siempre andaba en una camioneta,
un tal Mario Cabrera.
Cuando la Policía los interrogaba ellos se contradecían porque Pedro
decía que fue a las 11:00 de la noche que lo llamó y el otro decía que
había sido a las 9:00 que había ido”, sostiene María.
Aún así, ni la Policía Nacional ni el Ministerio Público pudieron
probarle a Pedro que tuvo responsabilidad en la desaparición de su
esposa, ya que cuatro días después, tanto él como su amigo fueron
descargados de toda sospecha por falta de pruebas. Parecía ser que
Aurora, quien nunca había mostrado señales de locura y que, por el
contrario, sabía tres idiomas y era estudiante de término de Ingeniería
en Sistemas, se había vuelto loca.
Koldo, quien trabajó el caso en aquella fecha, publicaba los días 7
de cada mes un artículo sobre Aurora con su foto que se inmortalizaría
en las comisarías del país; aquella imagen que mostraba a una
veinteañera de tez blanca y pelo corto, con la mirada hacia abajo y la
boca abierta, con los hombros a la intemperie y sus tiros blancos que
sobresalen de su vestido de boda donde consumó aquel acto de amor junto a
su esposo, un 18 de diciembre de 1999. Un año y 11 meses antes de que
ella se esfumara sin explicación alguna.
Y es desde aquel 7 de diciembre de 2001, cuando la figura de Aurora
se convierte aparentemente en un fantasma que todavía corre por las
noches en los alrededores de la UASD que han pasado los meses; hasta
finalmente haber transcurrido 17 largos años. Sin respuesta ni justicia,
y con la tortuosa imaginación de intentar descifrar su posible
paradero.
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