Venezuela.- En las casas del barrio La Invasión, en San Antonio de Táchira,
la gente empezó a izar banderas de Venezuela. Con ese símbolo, sus
habitantes, muchos de ellos colombianos, tratan de salvarse de otro que
ya fue pintado en algunas viviendas: la letra “D”, de demolición, con la que los militares marcaron las que pertenecían a quienes fueron deportados.
“Pusimos las banderas para que no nos tiren las casas y no saquen a la gente; así sabrán que somos venezolanos. Es una idea que se nos ocurrió después de ver cómo se llevaban a nuestros vecinos“, dice Liliana Garzón.
Así se vive hoy en la frontera entre Venezuela y Colombia, donde ya son habituales la migración forzada y las familias rotas.
La
Invasión está repleta de militares desde el 22 de agosto. Ese día, un
batallón, con tanqueta y retroexcavadoras, entró en el barrio para poner
en marcha el Operativo de Liberación del Pueblo (OLP).
Buscaron a los colombianos y allanaron viviendas sin orden judicial. Se
ampararon en el estado de excepción ordenado por el presidente Nicolás
Maduro.
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Primero lo hizo en seis municipios fronterizos y luego en cuatro más con la intención de frenar el contrabando de alimentos y de combustible hacia Colombia.
“Sacaron
a la gente bajo engaño. Los guardias nacionales pidieron a los
colombianos que se trasladaran a la cancha deportiva para supuestamente
hacer una revisión de papeles de identidad. Pero no fue así, porque
muchos vecinos fueron deportados”, agrega Garzón.
Tras 12 días del cierre de la frontera y la aplicación del OLP en Táchira, han sido deportadas más de 1088 personas,
4260 que volvieron de forma espontánea y 369 que retornaron a su lugar
de origen en Colombia, según un comunicado emitido el jueves por la
Organización de las Naciones Unidas. En total suman 5717 personas.
Las
deportaciones que han ocurrido esta semana se suman a un goteo que ya
acumula más de 6200 ciudadanos en situación irregular deportados en dos
años y medio, que fue denunciado en mayo pasado por la cancillería
colombiana.
Al padre de Flor María Heredia se lo llevaron el miércoles en una ambulancia de Protección Civil. El hombre, de 93 años, estaba postrado. “Les pedimos que vinieran a buscarlo,
porque finalmente vendrán por nosotros y preferimos que él sea
trasladado con atención médica, pues está delicado de salud”, cuenta la
mujer mientras llora en su casa en proceso de mudanza.
Heredia, de
56 años de edad, fue desplazada por el conflicto armado en su país.
Vivía con su familia en la población de Sardinata, en el departamento
Norte de Santander, pero un día de 2001 llegó un grupo de supuestos
paramilitares y acusó a los habitantes de colaborar con la guerrilla. “Nos vinimos a Venezuela porque los paramilitares nos desplazaron y ahora el gobierno de Venezuela nos desplaza.”
Sentada
en una silla dentro de su casa, Heredia solo piensa qué será de su vida
al regresar a Colombia. Es una escena que, por estos días, se ha hecho
común en Táchira.
PP, un hombre de 46 años, escondió a 16
colombianos para que no fueran deportados por los militares venezolanos.
“Un funcionario de Migraciones, un buen hombre, me dijo: «Dales refugio a tus paisanos, te los entregaré con maletas y documentos para que los ayudes a huir». Los escondí en mi casa. Sólo estuvieron día y medio”.
DR, otra habitante de San Antonio, que hacía el miércoles una fila en
el llamado “corredor humanitario” cerca del Puente Internacional Simón
Bolívar, asegura que también refugió a una familia colombiana en su
casa.
“Estaban buscando casa por casa a los colombianos. Tengo una
amiga que se encontraba desesperada y ya estaba identificada por la
Guardia Nacional. Sus hijos son venezolanos y, como decían que les quitaban a los chicos, le ofrecí mi casa. Estuvieron tres días allí, pero luego lograron entrar a Cúcuta.”
Pero
otros colombianos han decidido regresar a su país. “Que no me busquen,
me iré sola. Quiero regalarle mis huesitos a Colombia. Yo tengo la
cédula de identidad de residente, pero casi todos mis amigos y vecinos
han sido expulsados. Llegué en 1985 a Venezuela, viví con mi hermana en
Caracas y ella murió. Ya no tengo motivos para quedarme porque este país ha cambiado mucho.
Ahora el gobierno cree que todos somos paramilitares y no es así, meten
a muchos colombianos presos”, expresa Leonor Padilla, de 74 años y
vecina de San Antonio.
Casi todas las casas de La Invasión fueron
marcadas con las letras “R” (revisada) o “D” (demoler). El viernes
cambiaron las letras por puntos rojos hechos igualmente con spray.
El general José Morantes Torres, comandante de la Zona Operativa de Defensa Integral de Táchira, declaró que La Invasión “servía de plataforma bidireccional de logística del contrabando y de labores de paramilitares“.
Además,
informó que revisaron 2572 viviendas y que luego analizarán lo que
harán con el barrio porque estaría instalado en una “zona de seguridad”.
En
La Invasión, fundado en enero de 2004, sólo hay caminos de polvo; pocas
son las calles pavimentadas. Hay casas construidas con bloques o con
tablillas de madera, bodegas, un Simoncito, 10 iglesias cristianas, una
base de misiones, algunas canchas deportivas delimitadas con viejos
neumáticos. La gente se moviliza comúnmente en motos.
Es
una población cuyo límite al norte es el río Táchira, que comunica, a
través de casi 100 trochas (puentes improvisados), con Colombia.
Las
trochas son usadas por hombres, mujeres, ancianos, chicos; en familia o
solos. Casi todos cargan con pesados bultos, valijas, jaulas con
mascotas, electrodomésticos, motos, heladeras, cocinas, camas. Es un
éxodo que depende de la apertura de los caminos.
Para Yurley
Higuera, colombiana de 28 años, ha sido una larga espera. Cuando supo
que sería deportada, remató toda la mercancía que tenía en su puesto de
ropa en el Centro Cívico de San Cristóbal, en Táchira. Después fue
a su casa para empacar y pagó a un camión para trasladarlas a Cúcuta.
Pero no pudo hacer el recorrido, las autoridades venezolanas le
dijeron la semana pasada que no podía pasar con esa cantidad de objetos
a Colombia y sólo le permitían cargar con la ropa. Se fue a una de las
trochas del río Táchira, acompañada de su perro Chester y de un amigo
que contrató para guiarla, y allí aguardó durante ocho horas. Este plan
tampoco funcionó. “Todo lo que tengo está en Venezuela. No puedo irme
sin esto, porque sería como quedarme en la calle”, contó. El jueves pudo
pasar.
La separación de familias producto de las deportaciones ha
sido denunciada por las autoridades de Colombia y la Iglesia Católica,
que asiste a los expulsados en Cúcuta. Juan Fernando Cristo, ministro de
Interior de Colombia, aseguró que 34 chicos venezolanos fueron separados de sus padres colombianos. Desde la diócesis de Cúcuta confirman la llegada de familias rotas.
Ingrid
Torres, oriunda de la ciudad de Girardot [en el departamento colombiano
de Cundinamarca], es una de las expulsadas por no contar con documentos
legales. Ella fue separada de su bebe de 4 meses. “Ingrid había sellado
recientemente su pasaporte en Colombia y eso le permitía estar
legalmente unos meses más en Venezuela, pero los guardias nacionales no
hicieron caso de eso. Se la llevaron sin mediar palabras“, cuenta Diego Trejo, su pareja.
Torres
sólo pidió llevar consigo a su hija. Antes de ser deportada, insistió
en que necesitaba darle pecho a su bebe y por eso no podían ser
separadas. “Los militares no quisieron que se la llevara fuera de
Venezuela, dijeron que son hijos de la patria”, recuerda Trejo....Fuente:EDLP/Por:Maolis Castro
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